vuelve un sueño imposible:
el miedo a fracasar."
Paulo Coelho
Un día...
Andas por esos mundos como yo; no me digas
que no existes, existes, nos hemos de encontrar;
no nos conoceremos, disfrazados y torpes
por los caminos echaremos a andar.
No nos conoceremos, distantes uno de otro
sentirás mis suspiros y te oiré suspirar.
¿Dónde estará la boca, la boca que suspira?
Diremos, el camino volviendo a desandar.
Quizá nos encontremos frente a frente algún día,
quizá nuestros disfraces nos logremos quitar.
Y ahora me pregunto... cuando ocurra, si ocurre,
¿sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar?
Agustina vive una vida de pasion y ternura, de luchas y angustias, pasando por la depresion hasta la total desesperacion.
A los 23 años y con su hijo a su cargo, en uno de sus célebres poemas ("La loba", en La inquietud del rosal, 1916), escribe:
Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
Que yo no pude ser como las otras, casta de buey
Con yugo al cuello; libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.
...
Yo soy como la loba. Ando sola y me río
Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.
En el entorno de Alfonsina, la madre soltera estaba estigmatizada. Los hijos ilegítimos, la autonomía para trabajar y administrar, la inteligencia y la educación de la mujer y la doble moral sexual eran temas recurrentes en los reclamos del movimiento de mujeres de Buenos Aires, y Alfonsina los levantó en sus versos.Pero no sólo en sus versos. También en su vida personal.
En 1912, cuando Alfonsina tenía veinte años, nació su hijo. Como es sabido ella era y fue soltera y su hijo llevó su apellido, por lo que las restricciones legales que se imponían a las casadas no eran carga para ella. Pero también era madre, y por ello arrastraba la injusticia de la discriminación de los hijos ilegítimos. El Código establecía la distinción entre los hijos nacidos dentro del matrimonio y aquellos hijos clasificados como "naturales" y "adulterinos", sobre los que pesaba la prohibición de indagar la paternidad y de reclamar derechos sobre los bienes de los padres.
El auténtico desenlace de esta historia algunos sostienen que no es hermoso. Cuando Alfonsina se arroja desde el espigón de la playa La Perla o camina hacia lo profundo del mar, es una mujer desesperada pero decidida a morir a su manera.
El entorno político y social le resulta insufrible. Además, padece un cáncer que estraga su salud desde 1935 y sólo la morfina le permite aguantar una agonía que, al decir de los médicos, no ha de durar más de tres meses. La poetisa no quiere padecer ese tormento, y por eso elige morir, precisamente, en una fecha que su impaciencia determina: la madrugada del 25 de octubre de 1938. Sin embargo, sabe despedirse por medio de un delicado gesto. Poco antes de quitarse la vida, remite al diario La Nación el legendario poema Voy a dormir: «Déjame sola: oyes romper los brotes... / te acuna un pie celeste desde arriba / y un pájaro te traza unos compases / para que olvides... Gracias... Ah, un / encargo: / si él llama nuevamente por teléfono / le dices que no insista, que he salido».
A pesar de la angustia y desesperacion del momento, ella decide su muerte y muere de la manera que tanto habia planeado y descrito por tanto tiempo, abrazada por el mar, sostenida por las olas, acariciada por las algas y acompañada de sirenas y caracolas, buscando poemas, dormida, vestida de mar.
Cinco sirenitas te llevarán, por caminos de algas y de coral
Y fosforescentes caballos marinos harán una ronda a tu lado
Y los habitantes del agua van a jugar pronto a tu lado.
Bájame la lámpara un poco más, déjame que duerma nodriza, en paz
Y si llama él no le digas que estoy, dile que, Alfonsina no vuelve
Y si llama él no le digas nunca que estoy di que me he ido.
Te vas Alfonsina con tu soledad, ¿Qué poemas nuevos fueste a buscar?
Una voz antigüa de viento y de sal, te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños, dormida, Alfonsina vestida de mar.
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